domingo, 16 de mayo de 2010

Patente de Corso (I)

“…Me abrasaron vivo. Estaban ahí, acechando. Saltaron directos a mi yugular. Cuatrocientas y pico respuestas de Internet en veinticuatro horas: envidioso, malaje, te voy a rayar el coche, has ofendido a todos los funcionarios de España y el extranjero, tú no pagas mi sueldo, hijoputa, la subvención la va a tramitar tu padre, seguro que defraudas a Hacienda, vigila a tu mujer, cabrón, ya te pillaré en la ventanilla. Fascista. Respuestas demoledoras, construidas casi todas no sobre lo que Manolo dijo, sino sobre lo que los airados lectores creyeron entender que dijo. O sobre lo que a otros, que ni siquiera conocían la carta original, les dijeron que había dicho: Manolo insulta al gremio, pásalo. También hubo quienes desde el otro extremo quisieron apoyarlo, y terminaron por joderlo vivo: a los funcionarios habría que fusilarlos al amanecer, parásitos, vivís de mis impuestos, dejad de responder cartas en horario laboral y dedicaos a traspapelar expedientes, que es lo vuestro. Fascistas. Y todos, unos y otros, entre espumarajos de rabia, con saña homicida y con Manolo en medio, acojonado. Buscando un agujero donde meterse. España y su viva estampa, dicho en corto, escarbando en la eterna guerra civil que llevamos en el tuétano: conmigo o contra mí. Tampoco faltó el lince astuto que disparaba a ambos frentes y adivinó las verdaderas intenciones de Manolo: agente doble, provocador de mierda, levantas cortinas de humo como ese nazi, Goebbels. Etcétera…”
Arturo Pérez-Reverte